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Atrápame si puedes

Revista del Sabado El Mercurio
sábado 24 de julio de 2004
   
Atrápame si puedes  
  
   
Benjamín Vicuña es el actor más solicitado de su generación. Un chico con cara de bueno que recauda fondos para la Unicef. ¿Pero quién es realmente? ¿Una gigantografía? ¿El yerno ideal? ¿Lo que no muestra, o un tipo tímido que se esconde tras sus personajes? Acá, el juego de las imágenes y el hombre que las proyecta.

Por Marcelo Ibáñez
Fotos Carla Pinilla

Guácala, dice la Jose mientras cuchichea en tercera fila con su amiga Feña, justo en el momento en que la ensangrentada lengua de Benjamín Vicuña roza la de Gonzalo Valenzuela. En realidad los que están a punto de besarse son Jean y Riton, líderes de la banda de delincuentes homosexuales que da vida a Splendid’s, la obra de Jean Genet. La misma que a pesar de recibir malas críticas no para de repletar las salas, y que durante su estreno en Matucana 100 obligó al teatro a improvisar una entrada lateral. Así los taquilleros actores pudieron evadir a las colegialas que esperaban por un autógrafo. Pero lo que la Jose, la Feña y sus otras dos quinceañeras amigas esperan ver en el escenario no son los personajes en sí. No vinieron a eso. Vinieron a ver al Benja Vicuña, al mino lindo con cara de niño, al actor de teleseries. Y si Valenzuela y Diego Muñoz aparecen, mejor. «Pero ellos son más gusto de vieja», me dicen a coro. Si se quedan quince minutos después de la función es por ver al Benja.

Como toda figura pública, Benjamín Vicuña se ha convertido, muy a pesar suyo, en un personaje de sí mismo. En una imagen que lo sobrepasa. El problema es que Vicuña es un actor. Su trabajo es hacernos creer que él no es él, que él es otro. Difícil asunto cuando eres la imagen de una multitienda y tu cara aparece paradero de micros por medio. Pero Vicuña tiene dos grandes cosas a su favor: primero, es un muy buen actor, y segundo, la gente lo quiere. Y el cariño de los televidentes siempre se convierte en credibilidad, ese valioso intangible que todos -políticos, artistas, chantas televisivos, medios y productos varios- desean. «En todos los estudios de marketing el Benja marca ene. Y lo hace cruzando transversalmente los grupos socioeconómicos y etarios, aunque su fuerte son las jovencitas y las mamás de esas niñas», me susurra el manager de Vicuña en el estudio de Buenos días a todos. Son las 11 de la mañana y Benjamín tiene ojeras y cara de sueño. Y si está ahí es sólo para promover una campaña contra el trabajo infantil. Porque ahora Vicuña es, ad honorem, un representante de Unicef en los medios. «Cada vez que en la tele aparece dando el número de la campaña, el teléfono no para de sonar. El otro día en S.Q.P apareció el Benja y les subió el rating. No lo querían dejar ir», sigue el manager. La cámara lo apunta y el sueño desaparece. Benjamín está haciendo de Benjamín, quizá su mejor personaje. Al menos el más rentable. Y resulta encantador. Después de dar el número de Unicef y hablar de su papel en la próxima teleserie de TVN, Jorge Hevia y Tonka Tomicic lo invitan al stand de uno de los auspiciadores: una marca de cecinas. La venta de jamones debe haber subido a las nubes.

LA IMAGEN ES NADA

Benjamín Vicuña Luco, 25 años, es un tipo simpático. No de esos cancheros que hacen reír con sus chistes, sino de los piolas que te escuchan con atención y generan confianza. Un actor que fuera de las pantallas sorprende con su cándida timidez .»A los 13 años fui acólito. Fue la primera vez que me subí a una especie de escenario. Me tiritaba todo. En las disertaciones del colegio me sacaba puros rojos. Todo lo que fuera enfrentar público me aterraba. Es rarísimo que me haya convertido en actor», dice Vicuña, sentado en el casino de TVN. Pero lo hizo. Todo gracias a la Negra Ester. «La vi a los 15 años y rayé. Fue una revelación, como si me contaran un secreto al oído que nunca entendí», y cuando lo dice, por única vez en la entrevista su voz se quiebra con el recuerdo y pide disculpas. Un chico sensible y de buena crianza.

Si hay algo que a Vicuña le cansa más que dar entrevistas es tener que esquivar las preguntas sobre datos personales. «No puedo andar contando mis rollos. Te los contaría a ti, pero no a todo Chile», advierte con una sonrisa. Pero a lo largo de la conversación algo se vislumbra. Y el parecido con Matías Vicuña, el protagonista de Mala Onda, la exitosa novela de Alberto Fuguet, se hace evidente: hijo de padres separados y estudiante del colegio Manquehue, Benjamín eligió un camino ajeno a su realidad: estudió teatro en la Chile. Entonces cruzó la frontera de Plaza Italia, pasó un año sin hablar con su padre, se fue a vivir al centro y comenzó a recorrer las calles del barrio Mapocho. «La escuela me abrió los ojos, me sensibilizó también socialmente. Fue súper importante para mí. Yo iba a la escuela en auto y me estacionaba como a diez cuadras. Llegaba caminando, así como bajándome de la micro».

­¿Antes de eso no cruzabas de Plaza Italia?

­Yo creo que tuve la buena o mala suerte de nacer donde nací. Y claro, uno vive en una especie de submundo. En Morandé 750 me enteré que el mundo era mucho más grande. Tampoco andaba a las 18 años con la boca abierta. Eso de pensar que porque tenís medios económicos vas a ser feliz, es mentira. La tristeza, el dolor y los rollos atraviesan todas las clases sociales. Pensar que los ricos no sufren es un absurdo.

­Un cuento de teleseries.

­Claro.

Nadie podría decir de Benjamín Vicuña que su fama se debe exclusivamente a la televisión o a su cara bonita. Ya en su segundo año de universidad, con sólo 19 años, hacía crujir las tablas del Teatro Nacional bajo la dirección de Alfredo Castro. A los 20 debutaba en cine con L.S.D, la primera película de Boris Quercia, director de Sexo con amor. Y en 2001, avalado por los comentarios de actores y dramaturgos consagrados, Vicuña protagonizaba su primera teleserie, Piel canela. La telenovela fue un estrepitoso fracaso de sintonía y allanó el cierre temporal del área dramática de Canal 13. Pero las escolares no paraban de chillar entremedio de los suspiros de sus madres. Una nueva estrella televisiva había nacido.

El extenso romance de Vicuña con Paz Bascuñán, coprotagonista en esa telenovela, solidificó su imagen de chico bueno, del yerno ideal al que toda madre aspira. De ahí a los contratos publicitarios, los pósters de su cara en revistas para adolescentes, y las entrevistas con declaraciones del tipo «nadie sabe cuánto sufro», hubo sólo un paso. Entonces, ante los ojos del mundo Benjamín Vicuña se convirtió en un personaje de sí mismo.

­ ¿Qué te parece esa imagen de niño bueno que te pusieron encima? ¿Y la imagen de mujeriego que se teje por detrás?

­No soy bueno ni malo. Soy una persona común y corriente que anda buscando respuestas. A veces soy lúcido, a veces no. Obviamente que me asocien a que tuve momentos de locura o a la imagen del yerno ideal, son dos prototipos de lo que no soy.

­Pero hay algo de esos dos en ti.

­Por supuesto. Así como hay de todo: de un tipo genial, de un héroe, de un cobarde, un traidor o un tipo honesto. Las imágenes prejuiciosas sobre mí las hacen los otros.

­Tú te negaste durante años a las ofertas de los canales. ¿Cuáles eran tus prejuicios?

­No poder dedicarme al teatro ciento por ciento. Y es verdad. De alguna manera tienes que ceder.

­La razón para ceder es esencialmente económica…

­Por supuesto. Pero mi generación no tiene tantos prejuicios con la televisión. Los actores ochenteros eran más «No. O hacís teatro o hacís televisión. Y si sales en la tele, eres un chanta». En cambio, mi generación no tiene rollos al respecto. Lo que pasa es que yo soy súper crítico conmigo mismo, siempre me estoy mirando con el ojo del enemigo. Y en ese sentido a veces me lo cuestiono.

­¿Quién es ese enemigo?

­No sé, me invento un enemigo, alguien que deteste todo el tema de la exposición mediática. Hay muchos cínicos que no te van a decir las cosas a la cara. Pero de que existen, existen. Personajes con una rabia y con una envidia que les dan ganas de destrozar al tipo al que le va relativamente bien. A mí me carga cuando me clasifican como personaje exitoso porque no soy tal. Nadie es tan feliz, ni nadie es tan triste. Pero, ¿por qué hay que destruir al que le va bien?

­¿Sinceramente sientes que alguien te ha tratado de destruir?

­No, es que gracias a Dios parece que hay personas que generan anticuerpos y otras que no. Yo no me he topado con… Es más un rollo mío. Yo tampoco puedo andar por la vida buscando la aprobación de todo el mundo. Ya corté con eso, como en algún momento corté con mis cosas personales. Ahora estoy en un momento de mi vida donde al que le gusta le gusta, y al que no, no. Pero obvio que deben existir. Tú también tienes que saber que hay gente que detesta a los que escriben en «El Sábado». El problema es que uno no se puede empantanar pensando en el discurso del enemigo sino que tú tienes que seguir escribiendo y yo actuando.

­La diferencia es que esos dardos no me llegan a mí. A nadie le importa quién soy yo, pero todo el mundo cree saber quién es Benjamín Vicuña.

­Mmmm. Claro. Es una gran diferencia. A ti no te ponen colmillos en los paraderos de micro. Jajajaja. Es estúpido inventarse un enemigo, pero creo que tiene que ver con el equilibrio, con estar compensado.

­Igual es medio paranoico…

­Un poquito, sí. Pero no es una tesis que se me esté ocurriendo a mí, es una cosa real que he visto. Entonces veo mi vida y digo, sí, la curva está ascendente, es obvio que eso va a pasar. Por eso mismo sé que cuando sienta que todo me está superando, tengo que irme.

­¿Cuáles son tus vías de escape?

­Viajo todos los años por lo menos dos meses. El trabajo también. Encerrarme en mi creación, en mis personajes me ayuda mucho. Escapar de mí, ¿cachai? El trabajo es mi gran vía de escape.

­Y cuando viajas, conoces a alguien en un bar y te preguntan qué haces, ¿respondes: soy un actor famoso en Chile?

­Jajaja. Viajar tiene que ver con el deseo de ser otro. Y ése es mi trabajo, yo vivo siendo otro. Viajar afuera es tener la libertad de inventarse la historia que uno quiere. Siempre lo hago: digo que soy pintor, estudiante, publicista. Cuando estoy medio aburrido de ser yo, me invento un personajillo.

­¿Actuar es otra forma de huir de uno mismo?

­Claro. Si soy actor es para escapar de mí, al menos por un tiempo. Y también jugar. Es entretenida la actuación, es purificadora.

­¿En qué momento te hiciste consciente que para hacer comerciales, tu imagen era más importante que cómo actuabas?

­Lo encuentro un poco cruel. Reconozco que para quererme un poco me invento que todo pasa por la actuación. Me digo: «Al señor Coca Cola le sirve un actor que tenga cierta verdad, que proyecte una sensación burbujeante». Jajaja. No creo en las imágenes vacías. Creo en los carismas, los talentos, los pesos específicos. Una imagen no vende por sí sola, eso es cartón, eso se lo lleva el viento. Lo otro tiene raíces y puede vender productos, hacer socios de Unicef o que la gente vaya al teatro. Ese tipo de carreras basadas en la imagen duran seis meses y yo estoy apostando a envejecer sobre los escenarios. Trabajo y me saco la cresta para eso.

­¿Qué sientes cuando te ves en una gigantografía?

­Tengo una suerte maravillosa, nunca me veo, como que no me topo conmigo.

­Pero la gente sí se topa. Y cuando lo hacen se imaginan que te conocen, aunque eso sea una falacia.

­Sí poh. Pero uno tiene que hacerse cargo de eso, uno está siendo súper invasivo con ellos, estás entrando a sus casas cuando te dejan. Es un poco traicionero porque se genera en ellos un hambre de saber más de estos personajes. Y ahí entra esta industria nueva de la farándula. Con eso tengo cierto recelos. Buena onda con la gente, pero que se enamoren de los personajes y no de mi vida privada.

­¿No has sentido nunca el peso de los ojos ajenos?

­Sí, fue hace poco. Me asusté cuando me di cuenta que les estaba interesando más Benjamín que mi trabajo, cuando me di cuenta que el tema podía ser terriblemente invasivo.

­¿Tuvo que ver con tu separación con Paz Bascuñán y los rumores de infidelidad?

­Hasta antes de eso yo sentía que había un interés por mi trabajo y no por mi vida. Esa disociación fue feroz. Ése es mi límite. Mi piel ha ido engordando. Ya casi estoy como el hombre chancho, me he tenido que aprender a defender, siendo que me cuesta y me siento mucho más identificado con andar sin piel, vulnerable. Yo prefiero a ese personaje.

Incómodo, Benjamín termina de responder la pregunta. «¿Vamos a ver mi teatro?», dice, antes de pararse de la mesa.

CORRE, BENJAMÍN, CORRE

El actual sueño de Benjamín está en ruinas. Pero cuando mira el espacio vacío de un ex restaurante de empanadas fritas en Bellavista, sus ojos proyectan imágenes. Habla, camina y se mueve con el entusiasmo de un niño. En ese espacio espera crear junto a su socio Gonzalo Valenzuela, el Teatro Mori, dos salas que den cabida tanto a consagrados como a grupos de estudiante. «Para cualquier actor tener su teatro es como el sueño de la casa propia. Lo que me tiene más ilusionado es poder dar pega. Eso me motiva mucho. Es que ¿qué se puede hacer con la plata?».

A este proyecto se suman la filmación de al menos un par de películas, el estreno para este año de otras dos cintas -Promedio rojo y La fuga-, más la grabación de la teleserie de TVN donde interpreta a un gigoló.

­¿No te da miedo no dar abasto?, le pregunto al otro día sentado en un restaurante.

­Mi naturaleza es inquieta, la gente que me conoce sabe que soy a mil. Siempre estoy metido en hartos proyectos, mi vida es así.

­Ayer fui a ver Splendid’s y estaba lleno. ¿No te cuestionas si van a ver la obra o a los niñitos de la tele?

­Me quiero inventar que les estamos metiendo gato por liebre. En definitiva, nuestra obra es un lobo disfrazado de cordero. De ese público hay un número importante que va por primera vez al teatro. Y si de ellos hay otros que se van hacer adictos, maravilloso. Y si otros terminan estudiando la carrera, mejor. Que no falte público son los privilegios de salir en la tele.

­¿Vale la pena que a cambio de eso todos traten de cruzar el límite de tu vida privada?

­Es que lo único que pido, como un trabajador es que me respeten como persona. Me molesta cuando te toman como un animalito más de la farándula. Yo feliz de hablar de mi trabajo, pero no de la vida. Para eso hay otra gente dichosa de hablar de ello.

­¿Te da pudor porque sientes que no tienes grandes lecciones que dar o por que hay ciertas cosas que no encajan con la imagen que proyectas y no tiene por qué salir ?

­De todo. Inventos, cosas que no tienen por qué salir. Finalmente basura que a nadie le sirve. No hay una gran estrategia detrás de mis movimientos, yo no veo la vida como un ajedrez. Todo ha sido olfato.

­¿Pero tambaleaste un poco? No debe ser fácil volverse famoso a los 22 años.

­ Puede ser que en algún momento haya perdido mi equilibrio pero hay que vivir de todo en la vida. Y si tuve un momento más hardcore, lo agradezco.
­¿Y cómo retomaste ese equilibrio?

­El amor. El amor a uno lo salva. Para mí la vida no tiene sentido si no es con pareja.

­Te cuesta estar solo entonces…

­Sí. Quizá por eso estoy trabajando tanto, dice Benjamín antes de salir corriendo a la función de Splendid’s. En el apuro, le da la mitad de su sándwich a un niño que pide dinero, se muerde los labios ante la belleza de la mesera y saca un dulce de su bolsillo y me lo da casi sin pensarlo. Benjamín Vicuña, simplemente un buen chico.

Marcelo Ibáñez.  

julio 24, 2004 at 8:26 pm Deja un comentario


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